Sometimes, I feel the past and the future pressing so hard on either side that there’s no room for the present at all
Puedo reconciliarme con la vida laboral —dormir bien, no tener problemas de estómago, que no se me caiga el pelo a puñados— si renuncio a los intereses creativos. En el momento en que quiero introducir algún proyecto personal en la rutina de la semana, los horarios se desbarajustan y con ello los buenos hábitos que me hacen llegar al final del día de manera sosegada. Ahora mismo puedo permitirme ver alguna película por la noche, o leer durante media hora, pero si tuviera en la cabeza más tareas pendientes derivadas de otro tipo de actividades que no sea mi trabajo de todos los días, no podría concentrarme o no podría dedicar tiempo al descanso.
Por mucho que me lamente de todo lo que se queda en el camino, se impone el sentido práctico. Partiendo de la base de que ningún trabajo es bueno, tengo que darme con un canto en los dientes por tener uno (tres, en realidad, pero con las mismas características) que me permite olvidarme en cuanto termina la jornada. Perseguir una pasión es un lujo en estas circunstancias, aunque mi formación me conduzca a ello y me encuentre de vez en cuando escribiendo cuatro compases de algo que no terminaré jamás. O enviando para su revisión, como hice a final del curso pasado, poemarios que probablemente no vean la luz.
La resignación está ahí, lo mismo que el sueño de ganar una lotería que no echo. Puedo llamarla de otra manera, y de hecho he comenzado a escribir esto pensando en justificarla, en no decir “resignación” sino… Pero no, la resignación es un estado de ánimo, un desafío continuo y silencioso que se sobrelleva a base de ir matizándola, de conceder pequeñas treguas en forma de bonitos proyectos que solo se materializan a medias y de manera mediocre.
[Intermedio para salir a comprar, cocinar, fregar, ducharme y preparar los materiales de esta tarde]
Porque no se trata solo del tiempo necesario para crear algo, sino del tiempo necesario para ponerse en disposición de crear, que es el más valioso y del que menos hay. Puedo repetir lo mismo mil veces, lo he hecho tanto para encargos como para mí mismo. Pero para hacer algo de cierto interés necesito tiempo para explorar, sentarme dos horas delante del cuaderno vacío sin hacer otra cosa que toquetear o anotar frases sueltas.
Presta atenção, querida
Embora eu saiba que estás resolvida
Em cada esquina cai um pouco tua vida
Em pouco tempo não serás mais o que és
Este verano tenía el plan de dar forma a un proyecto par enviarlo a una convocatoria que pedía nada más que cuatro mil o cinco mil palabras. A lo largo de dos meses no he conseguido escribir más de mil quinientas, y ya quiero borrar la mitad. He dado prioridad a descansar (y vaya si he descansado) y a ver películas (y vaya si he visto). Un verano estupendamente aprovechado en no hacer nada. Lo he dicho ya varias veces, este año es el que más sensación de vacaciones he tenido, con todas las connotaciones asociadas. Sobre todo, el tiempo suspendido y aislado con respecto al resto del curso. De repente la resignación se amortiguó, porque las horas se estaban aprovechando para aquello para lo que están: para nada.
De todas las películas de Kurosawa que he visto este verano, citaré la más regulera, la menos llamativa de todas ellas: “La vida sin frustración no existe”. En Door III (la tercera parte de una trilogía, cada una de ellas con un tema distinto) una vendedora de seguros corre a todos lados tratando de alcanzar la cuota del mes. Algunas compañeras recurren al sexo con clientes para asegurar la venta, pero ella no quiere pasar por ahí. Hasta que conoce a un tipo que dirige una empresa inexistente y que se dedica a contemplar el tendido desde su despacho. ¿Su truco? Que gracias a [spoiler] ha conseguido cobrar varios seguros y no hacer nada. Descubierto esto, y solucionado el tema del [spoiler], ella puede dedicarse a lo mismo: servir modelos, comer caramelos y no hacer nada.
¿Tristeza? Ninguna, o muy poca y siempre diluida gracias a la conversación. Me dedico a cosas que se me dan bien, tengo incluso algunas ambiciones. Aunque han cambiado muchas cosas desde hace cuatro o cinco años hasta ahora, en lo sustancial la actitud sigue siendo parecida a la de aquel que se metió a hacer funciones infantiles disfrazado de mago porque era lo que había para ir tirando. Una especie de ligereza, quizá derivada de ignorar el funcionamiento de las cosas, que te permite matizar la resignación. Kurosawa en una entrevista: “I don’t want to think about it as failure. I believe it is neither a failure nor a success. It’s an attempt, and at the end, it’s maybe simply life itself. I tried to do what I had planned and I succeeded to a certain extent, but of course, not everything turned out as I’d hoped it would”.
Por lo demás, puedo reconciliarme con mis intereses creativos —dormir bien, no tener problemas de estómago, que no se me caiga el pelo a puñados— si renuncio a la vida laboral. En el momento en que quiero introducir algún trabajo útil en la rutina de la semana, los horarios se desbarajustan y con ello los buenos hábitos que me hacen llegar al final del día de manera sosegada. Ahora mismo puedo permitirme ver alguna película por la noche, o leer durante media hora, pero si tuviera en la cabeza más tareas pendientes derivadas de otro tipo de actividades que no sean mis proyectos personales de todos los días, no podría concentrarme o no podría dedicar tiempo al descanso.
Muy reflejada en esto.