He ido a quitar el cable de la televisión para poner el móvil a cargar y me he quedado con el enchufe en la mano. La pieza blanca de plástico, vaya, el embellecedor o como sea que se llame. La habitación sin más, adjunto foto. Por la impresión de fuera pensaba que podía ser mucho peor. Cuando le he mandado la foto del edificio a mi hermano me ha contestado "Manuel te van a matar". Encima de mi cama hay un cuadro con una niña sentada en una butaca, con ramas y mariposas alrededor, que lleva debajo la palabra "Dreams" escrita en cursiva. El concepto —una imagen para ambientar que en realidad da sensación de frialdad o extrañamiento— es el mismo que el de un anuncio que hemos visto en el Burger King de carretera en el que hemos parado a comer. Un folio pegado al cristal anunciaba habitaciones con fotografías en las que se veían zulos con camas blancas, sofás de colores cantosos y pósters de playas o arboledas a modo de cabecero. Uno de los solistas de la función que tiene una obsesión con quitarse la camiseta —el finde pasado, en el ensayo de Ciudad Real, el director los estaba presentando uno a uno y cuando dijo su nombre estaba quitándose una camiseta para ponerse otra—, y en la terraza del Burger King, ahí al lado de los camiones aparcados, estaba tomando el sol a pecho descubierto.
Hacemos gira con La Bohème. Hemos salido esta mañana desde Moncloa, hemos parado cerca de Bailén a comer (el Burger King), hacemos hoy noche en Algeciras y mañana cogemos el ferry a Ceuta. En el autobús va el coro y la orquesta. Mi parte es la del arpa, porque es más barato mover un teclado eléctrico. Este concepto, sustituir un arpa por un teclado —lo mismo que una orquesta reducida, un coro pequeño, y a ver el escenario que encontramos mañana— es más o menos el de todo el viaje. Como en el resto de mi vida laboral, desde el principio me he creado el papel de poco hablador y por lo menos he evitado interacciones durante las nueve horas de viaje. He estado casi todo el tiempo con los cascos puestos, escuchando Prokofiev, Messiaen, música disco de Ghana (la "monserga africana", como la llama Battiato) y Nick Cave. Cave me ha puesto triste, como hacía semanas que no estaba, y lo he quitado para ponerme los primeros cuarenta minutos de Akira en Netflix —también tengo descargada Cruella—. Y poco más. Me he traído Los anillos de Saturno pero estoy bastante seguro de que no voy a leer. Me he traído el ordenador para adelantar trabajo revisando un texto, pero como en el autobús no hay enchufe solo puedo hacer algo ahora, por la noche, en lo que tarda de subir de la cena mi compañero de habitación. Cantante también, pero sin cosas como quitarse la camiseta en lugares imprevistos.
Llevo desde el fin de semana pasado, cuando me tocó ir a Ciudad Real para hacer dieciséis horas de ensayo, arrepintiéndome de haberme apuntado a esto. El primer trabajo con esta orquesta fue durante el verano, cuando preparamos un programa de música de cine para tocar por pueblos pequeños de la provincia. En un par de sitios los escenarios estaban a ras de suelo, y mientras tocábamos la gente cruzaba a nuestro como si fuésemos farolas. Luego salió esto otro, y dije que sí porque no sabía cómo iba a ser este inicio de curso. Ha resultado estar lleno de cosas, y ahora le tengo que sumar estos viajes infinitos. Iremos a Molina de Segura, Játiva y cerraremos con dos funciones en Melilla (confío en que no tenga que llevarme el teclado en el avión, porque puede llegar hecho puré). Algunos instrumentistas irán variando, pero en general se mantiene el mismo grupo para todos los sitios. Cumplimos dos perfiles: o estudiantes, o gente que vamos dando tumbos buscando trabajo. Me consuela estar en la media de edad. Hay gente muy mayor para estas aventuras, un par de violinistas que rondarán los cincuenta y algún cantante también mayorcete. Este ambiente tampoco ayuda.